Cuando en la guardería de nuestro hijo empezamos a hablar de darle yogur, la educadora nos recomendó que probásemos con yogur de sabor. A nosotros nos pareció raro que en una guardería diesen una recomendación “azucarada”, pero es que esta educadora es muy sincera: “¿a quién le gusta el yogur natural?”.

A pesar de ello, nosotros nos empeñamos en que tomara yogur natural desde el principio. El niño tuvo en sus primeros meses un problema de intolerancia a la leche de vaca, lo que suponía bastante dificultad para alimentarlo. A partir de los seis meses de edad que ya se empieza con la alimentación complementaria, es el momento de introducirle derivados lácteos, entre otros muchos alimentos. Cuando probamos a darle el primer yogur (con leche de fórmula) lo devoró: estaba claro que era fan del yogur. Pero el pobre lo vomitó todo a las dos horas.

Así es que durante mucho tiempo no pudo tomar yogur. Mientras sus compañeros de la guardería elegían entre muchos sabores de yogures, nuestro hijo se quedaba sin postre lácteo y tenía que conformarse con un poco de fruta. Como los niños pequeños deben beber leche, existe una alternativa que es la leche de proteína hidrolizada que suele ser mejor tolerada. A nuestro hijo le funcionó bien. Pero el problema es que no existen yogures, al menos que nosotros conozcamos, con leche hidrolizada.

Pero después de más de un año, por fin, parecía que había superado su intolerancia así que empezamos con el yogur. Fue en ese momento cuando la educadora nos habló de los sabores de yogures y de que a sus dos hijas les daba yogur con azúcar porque no les gustaba el natural. Pero al nuestro, por lo que se ve, sí le va lo natural…

No es que nosotros seamos veganos ni nada parecido ni hayamos sido súper estrictos con la comida, pero el chaval se pirra por todo lo natural, sobre todo su queridísimo yogur y por la fruta. El otro día en la pediatra le preguntamos si era malo comer tanta fruta y ella nos miró con cara de: “¿me estáis tomando el pelo?”. Pues nada, ¡que viva lo natural!