A la cuarta fue la vencida. Me costó cuatro exámenes sacar el carné de conducir, y no tanto por falta de pericia al volante, sino por los dichosos nervios. Solo estuve relativamente tranquila en el primer examen, pero un fallo tonto me hizo suspender y después le empecé a coger pánico. Siempre he pensado que el proceso de sacar el carné está mal planteado en relación al examen porque puede ser muy injusto sobre todo con personas nerviosas como yo. 

Por suerte para mí, el carné ya es historia. Me sonó la flauta en el cuarto examen y la verdad es que también me ayudó un poco la profe que conocía a la examinadora. Tuve alguna falta y, que quede entre nosotros, también estaba suspendida: pero la profe conocía a la examinadora y le vino de decir que no aprobaría jamás por el tema de los nervios pese a que ya conducía perfectamente… sin un examinador detrás.  

Cuando por fin pude coger el coche e ir a dar una vuelta sola fue una liberación. Nada de nervios, nada de nada. Por supuesto, no soy una experta, pero la profesora tenía razón: ya tenía el conocimiento práctico suficiente para circular. Porque donde realmente se aprende es en la carretera y conduciendo solo. 

Para mis amigas también fue una buena noticia porque sería la primera en tener carné y coche. Y una ya me pidió que la llevara al aeropuerto a los pocos días. Dejé el coche en el aeropuerto santiago de compostela parking y la verdad es que nos sentimos como dos instagramers: yendo en coche a coger un vuelo. Nos hicimos la típica foto ridícula, pero lo pasamos bien.

Ahora bien, no todo iba a ser tan maravilloso con el coche. Después de despedir a mi amiga que se iba a Londres el fin de semana, volví a por el coche. Y lo primero es que no lo encontraba. Y después que alguien se me había pegado tanto que sudé la gota gorda para salir del aeropuerto Santiago de Compostela parking. Fue en ese momento cuando me di cuenta que todavía tengo que coger mucha más experiencia: pero con el carné en la mano, ya puedo respirar tranquila.