De guía por Galicia 

Trabajo desde hace muchos años en el sector del turismo y he hecho un poco de todo. Cuando era más joven trabajé bastante tiempo como guía, tanto por España como por buena parte de Europa, pero luego lo aparqué porque, aunque está bien pagado, es muy exigente. Ahora trabajo organizando rutas pero en una oficina y, salvo casos muy concretos, no me muevo de ahí que ya he viajado bastante por trabajo estos años. 

Pero de vez en cuando, por el bien del negocio, tengo que sustituir a algún guía que se pone de baja a última hora y no hay manera de encontrar alternativa. Este verano me embarqué en un viaje de casi una semana por Galicia con un grupo de jubilados, la mayor parte de ellos madrileños. ¡Y menuda aventura! No cabe duda de que de joven tenía más aguante y estaba más atento al tema de las propinas. 

Ya en la primera parada un señor se quedó encerrado en el baño y hubo que esperar media hora para sacarlo de ahí. En una de nuestras primeras cenas a los del restaurante se les ocurrió ofrecer queimada y se lió parda con una decena de viajeros con ardores e indisposiciones varias al día siguiente. 

Viajar con mayores es todo un reto. Hay que ser un profesional y adaptarse a las circunstancias pero, a veces, los clientes piensan que los guías somos también médicos, psicólogos, nutricionistas, instaladores de aire acondicionado y bailarines. En realidad llevan razón, un buen guía es responsable del bienestar de los viajeros durante su estancia. Y si debe evitar que tomen queimada por si las moscas hay que estar más atento. Así que debo asumir que si algunos estuvieron mal durante el viaje yo podía haber hecho algo más. 

Cuando estábamos cerca de terminar el viaje tomé realmente las riendas y dejé de poner el piloto automático. Al final me di cuenta de que el trabajo de guía es muy exigente y que los chicos y chicas que se dedican a ello lo valen bien. Y que mi sitio, actualmente, está en la oficina…