El Ritual de Despedida en Lavacolla
Para el viajero que parte de Santiago, el viaje no comienza en la puerta de embarque, sino en el desvío hacia Lavacolla parking. Dejar el coche en uno de los parkings que orbitan alrededor del aeropuerto Rosalía de Castro es el primer acto tangible del viaje, un ritual de transición entre la rutina diaria y la promesa de un nuevo destino. Es un gesto de confianza, el momento en que se cede el control del propio vehículo para abrazar la logística del vuelo.
La decisión recae a menudo en una de las opciones de bajo coste, una explanada a pocos minutos de la terminal principal. El conductor sigue las coordenadas del GPS por carreteras secundarias que serpentean entre el verde de los eucaliptos y los tejados de las aldeas cercanas. Al llegar, se encuentra con un recinto perfectamente ordenado, un mar de vehículos de todos los tamaños y colores descansando bajo el cielo gallego. La escena, lejos de ser impersonal, tiene un aire de camaradería anónima; cada coche representa una historia, un viaje a punto de comenzar o uno que acaba de terminar.
El proceso es de una eficiencia estudiada. Un empleado, con la tranquilidad de quien ha repetido la operación cientos de veces, revisa la reserva y anota el kilometraje. Se entregan las llaves, un pequeño acto que sella el pacto. Es en ese instante cuando el coche deja de ser un medio de transporte personal para convertirse en una simple pieza en un gran tetris logístico. El propietario se desprende de su caparazón metálico, cargado de objetos cotidianos, y se convierte oficialmente en pasajero.
La última etapa de este ritual es el corto trayecto en la furgoneta de cortesía. Mientras el vehículo se aleja, el viajero observa por la ventanilla su propio coche, ahora inmóvil, y siente una mezcla de alivio y expectación. La furgoneta se incorpora a la carretera principal y, a los pocos minutos, la inconfundible silueta ondulada de la terminal de Lavacolla aparece en el horizonte. Ha llegado el momento de mirar hacia adelante. El coche ya descansa, esperando el regreso, mientras su dueño se dirige, con la maleta en mano, hacia el bullicio del aeropuerto, listo para el despegue.