Entre la meta y la ortodoncia

Llegar a Santiago de Compostela después de días caminando fue, sin duda, uno de los momentos más emocionantes de mi vida. La plaza del Obradoiro se abrió ante mí como una recompensa luminosa, con la catedral alzándose imponente y acogedora. Sin embargo, mientras me dejaba llevar por la emoción, había un pequeño recordatorio en mi boca que me devolvía a la realidad: la cita pendiente con el ortodoncista Santiago de Compostela.

Durante el Camino, mis brackets se convirtieron en compañeros silenciosos de viaje. En los primeros tramos apenas los notaba, pero conforme pasaban las jornadas, el roce y alguna ligera presión me recordaban que no solo mis pies sufrían. Aun así, había tomado la decisión de no postergar más el tratamiento y aprovechar mi llegada a Santiago para acudir a un especialista.

El día después de abrazar al Apóstol y recorrer las calles empedradas, pedí cita en una clínica de ortodoncia de la ciudad. Entrar en una consulta después de tantos kilómetros me resultó casi cómico: pasaba de mochilero sudoroso a paciente sentado en un sillón moderno, rodeado de luces y utensilios metálicos. La ortodoncista, amable y paciente, revisó mi boca y me explicó con calma los próximos pasos del tratamiento. Su tono cercano me tranquilizó. Había algo reconfortante en esa rutina médica, casi como si me devolviera a la normalidad tras la intensidad del Camino.

Mientras escuchaba las indicaciones, pensaba en cómo ambos procesos —el peregrinaje y la ortodoncia— compartían una lógica semejante: paciencia, constancia y confianza en que cada pequeño avance suma hacia un resultado mayor. El Camino no se recorre de un día para otro, y una sonrisa sana tampoco se logra en una sola visita.

Salí de la clínica con una sensación curiosa: la mezcla de haber concluido una gran travesía espiritual y, al mismo tiempo, de estar iniciando otra, más íntima y personal. Mis dientes, al igual que mis recuerdos del Camino, estaban en proceso de alinearse. Y comprendí que, aunque la meta visible estaba en Santiago, mi viaje, en realidad, seguía adelante, paso a paso, sonrisa a sonrisa.